El Poder de lo que Nombramos... y lo que No
Esta semana, la ciudadanía mexicana fue testigo de un evento histórico: la toma de protesta de la Dra. Claudia Sheinbaum como la primera presidenta de México. En su discurso, enfatizó la importancia de su título como "presidentA", recordándonos que "lo que no se nombra, no existe". Esta declaración tiene una gran relevancia, no solo en términos políticos, sino en la manera en que estructuramos la realidad a través del lenguaje.
Como diseñadora gráfica, me encuentro reflexionando sobre este punto. Si bien aplaudo el poder del lenguaje para dar visibilidad a lo que ha sido históricamente marginado, también considero que muchas cosas existen y tienen impacto sin la necesidad de ser nombradas formalmente. Existen en nuestras mentes, nuestras asociaciones, y toman vida a través de símbolos visuales que no siempre necesitan palabras. Un buen ejemplo de esto es el color rojo.
El rojo, como sabemos, es un color cargado de significados. En el tránsito, es una orden: alto. En otros contextos, puede ser una advertencia de peligro, mientras que en el marketing, lo asociamos con atracción o urgencia. Basta con mirar las marcas de alimentos y bebidas, donde el rojo predomina, para entender cómo este color ha sido diseñado para influir en nuestras decisiones y emociones sin que tengamos que pensarlo dos veces.
Este fenómeno me llevó a reflexionar sobre el libro de Mike Monteiro, Ruined by Design, una crítica incisiva a la ética del diseño y su impacto en la sociedad. Monteiro subraya algo muy importante: los diseñadores tenemos una enorme responsabilidad en la creación de productos y sistemas, y nuestras decisiones pueden tener consecuencias profundas.
Una cita clave de su libro es:
"El mundo funciona exactamente como lo diseñamos. El motor de combustión, que está destruyendo la atmósfera de nuestro planeta, funciona exactamente como se diseñó. Las armas, que provocan muertes, funcionan exactamente como se diseñaron. Y cada vez que 'mejoramos' su diseño, se vuelven más efectivas para matar".
Esta afirmación es contundente, y debería hacernos reflexionar sobre el poder que tenemos como creadores visuales y cómo nuestras decisiones afectan el entorno. Si extrapolamos este concepto a un contexto político, me parece impositivo que, cada vez que un nuevo partido político toma el poder, su identidad gráfica y visual se convierten en omnipresentes, casi como si la infraestructura visual de todo el país fuese secuestrada por un solo color y logotipo.
Piensa en el color guinda, que probablemente veremos por todas partes durante los próximos seis años, o en cómo cada municipio o estado adopta el color de su partido dominante. Este fenómeno de la explotación visual no siempre se ejecuta con la calidad que amerita, pero, de todos modos, ahí está, invadiendo espacios públicos, privados y digitales.
Aquí es donde quiero profundizar en un aspecto que ha existido desde hace muchísimos años: la falta de neutralidad visual en la política mexicana. Este es un tema que incluso mi madre recuerda de su juventud, cuando les decían que votaran "por la bandera", en referencia al partido dominante en ese entonces, cuya identidad gráfica se entrelazaba tanto con el discurso oficial que prácticamente era sinónimo de gobierno. Esto ha creado una asociación visual poderosa, donde los colores y logotipos no solo representan a un partido, sino que llegan a sustituir la narrativa de las verdaderas necesidades de la ciudadanía. La falta de neutralidad en los elementos visuales es tan fuerte, que la identidad partidista se superpone a la identidad institucional.
Y aquí volvemos al principio: "lo que no se nombra no existe". En este caso, lo que no se cuestiona visualmente, existe igualmente porque nuestras asociaciones mentales ya han hecho su trabajo. Monteiro lo expresa claramente: el mundo funciona como lo diseñamos, y esto es cierto también en el ámbito político. Si mi municipio es azul, veré azul en todas partes; si es naranja, lo mismo. Y si es guinda... bueno, ya sabes lo que sucederá.
En lo personal, me parece que el branding político debería ser agnóstico. No necesitamos ser bombardeados visualmente para recordarnos de qué partido es nuestro gobierno. Más bien, el diseño debería enfocarse en las verdaderas necesidades de la ciudadanía, y no en crear una identidad gráfica que solo sirve para reforzar la imagen de un partido en el poder. Sin embargo, el predominio de las identidades visuales partidistas parece estar tan arraigado en nuestra cultura política que aún no estamos preparados para esa conversación.
El poder del diseño va más allá de las palabras y los logotipos. Los colores, las formas y las asociaciones mentales que generamos a través del diseño tienen un impacto profundo en cómo percibimos el mundo. Mientras que la política sigue jugando con estas herramientas visuales para perpetuar su poder, sería ideal que los diseñadores empecemos a crear propuestas que trasciendan las agendas partidistas y que realmente sirvan al bienestar colectivo.