Cuando la Representación se vuelve Resistencia
Junio llegó con su usual mezcla de calor y celebración, y entre las muchas festividades que adornan este mes, una destaca por su significado profundo: el Mes del Orgullo LGBTQIA+. Cada año, cuando veo ondear las banderas de colores vibrantes y escucho las historias de lucha y amor propio, no puedo evitar recordar una conversación que marcó mi perspectiva sobre este tema.
Hace tiempo, alguien hizo un comentario que aún resuena en mi memoria: "Ya son muchas siglas, ¿no?" Lo dijo con esa mezcla de fastidio y aparente inocencia que caracteriza a quienes prefieren la comodidad de lo simple sobre la complejidad de lo humano. Mi respuesta fue inmediata y desde el corazón: "La representación importa."
Esas tres palabras encierran una verdad que va mucho más allá de las letras que conforman LGBTQIA+. Cada letra representa a personas reales, con historias reales, que durante décadas – siglos – han vivido en la sombra de una sociedad que prefería fingir que no existían. Lesbian, Gay, Bisexual, Transgender, Queer/Questioning, Intersex, Asexual (porque esa A no es por Ally): no son solo categorías, son identidades que merecen ser nombradas, reconocidas, celebradas.
Pero ser visto tiene un peso que pocas veces reconocemos.
Sin embargo, la representación tiene un costo emocional que pocas veces se discute abiertamente. Existe un agotamiento particular en tener que defender constantemente tu derecho a existir, a ser visto, a ser respetado. Es el cansancio que viene de nadar contra la corriente día tras día, de tener que explicar una y otra vez por qué tu identidad es válida, por qué tus derechos son importantes, por qué tu humanidad no está sujeta a debate.
Este agotamiento no es solo físico; es profundamente emocional y psicológico. Es levantarse cada mañana sabiendo que tendrás que ser más fuerte, más brillante, más resiliente que el promedio, no porque lo desees, sino porque el mundo aún te mide con una vara diferente. Es la fatiga de tener que demostrar constantemente que tu valor como persona no se define por a quién amas, cómo te identificas, o cómo expresas tu género.
Lo más frustrante es darse cuenta de que, en pleno 2025, seguimos viviendo en una sociedad donde muchas personas juzgan las habilidades, el talento y el valor de otros basándose en su apariencia, su orientación sexual, o su identidad de género, en lugar de enfocarse en lo que realmente importa: su carácter, sus acciones, sus contribuciones al mundo.
Y a pesar de todo, en medio de este agotamiento, encuentro esperanza en la comunidad. En junio, cuando los mensajes se llenan de color y las voces se alzan en unísono, recordamos que la representación no es solo sobre ser visto individualmente, sino sobre crear un mundo donde las futuras generaciones no tengan que luchar por el derecho básico de existir auténticamente.
Cada bandera que ondea, cada historia que se comparte, cada paso que se da en una marcha del orgullo, es un acto de resistencia contra el agotamiento. Es decir: "Estoy aquí, existo, y mi existencia tiene valor." Es transformar el cansancio en combustible para el cambio.
El mes de junio nos recuerda que la representación importa, sí, pero también nos enseña que la lucha por ella no debería ser una carga que las personas LGBTQIA+ tengan que llevar solas. Como sociedad, todos tenemos la responsabilidad de crear espacios donde la diversidad no sea algo que se tolere, sino algo que se celebre genuinamente.
Mientras escribo estas líneas, pienso en todas las personas que siguen nadando contra la corriente, y en mi deseo profundo de que algún día, esa corriente cambie de dirección. Hasta entonces, seguiremos recordando que cada letra, cada color, cada historia importa. Porque al final del día, la representación no es solo sobre ser visto, es sobre ser valorado por lo que realmente somos: seres humanos dignos de respeto, amor y oportunidades.
La representación importa. Y seguirá importando hasta que ya no tengamos que recordárselo al mundo.