Crónicas de una ambiciosa o la vez que mi tesis me gritó que el éxito no es gratis
Hoy, después de dos años de malabares, por fin entregué mi tesina de maestría. Sí, tesina: ese término que usamos para proyectos académicos que, aunque rigurosos, nacen en plazos tan cortos que casi se sienten como construir un castillo de cartas antes de que la más ligera brisa lo derrumbe. No hay una historia épica detrás de esta segunda maestría. No hubo una revelación, ni un viaje espiritual. Fue una semilla plantada en una charla cualquiera, escuchada entre estudiantes, donde un ponente con títulos interminables me hizo pensar: "¿Y por qué no?". Luego, floreció caminando con mi hermana por una plaza comercial, riendo mientras confesábamos lo mucho que nos fascina aprender, aunque sea por pura curiosidad.
Atrás quedaron noches de conciliar clases, trabajos, proyectos personales y esa vocecita que me decía: "¿En qué momento firmaste este pacto con el caos?". Este año, sin embargo, me lancé a desarrollar un tema que —ojalá— pueda dejar una huella en la sociedad. Y aunque no revelaré detalles aún (prometo contarlo después), sí puedo compartir lo que aprendí: identificar lo que está en tu control y moldearlo a tu visión. Si algo ocupará meses de tu vida, que al menos vibre con tus propósitos. Y, sobre todo, tratar de divertirse en el camino. Si no hay espacio para la curiosidad o el disfrute, ¿qué sentido tiene?
Pero aquí viene la parte incómoda: aunque hablo de priorizar la salud y evitar el agotamiento, soy la primera en caer en la trampa. Me descubro trabajando hasta altas horas, convencida de que mi valor como persona depende de cuántas tareas tache de una lista. Este año, el cuerpo me pasó factura tres veces: una infección estomacal, un vértigo que me dejó inmóvil y una faringitis que me robó la voz. No hay nada más miserable que enfermarse en un fin de semana que se supone que es de ocio, ni sentir la culpa de dejar a tu equipo colgado entre semana porque, de pronto, tú también caíste, cargando inadvertidamente su carga laboral con la tuya. No hay nada más frustrante que cancelar planes con seres queridos porque una migraña te clava en la cama, preguntándote si alguna vez aprenderás a frenar a tiempo.
Sé que el descanso es sagrado. Sé que la productividad no define mi humanidad. Pero ahí está la magia de ser imperfecta: tropezar con los mismos errores, una y otra vez, y seguir levantándose. Como aquella vez que dejé de correr —mi deporte terapéutico— y, al regresar, las primeras semanas fueron una batalla contra mis propios límites. Así es esto: la constancia se pierde fácil, pero se reconstruye con paciencia.
Y hablando de límites, me gusta pensar que la vida es como RollerCoaster Tycoon (para quienes no lo conozcan: es un videojuego clásico donde administras un parque de diversiones, construyendo atracciones y manteniéndolas funcionales). En él, hay juegos mecánicos que son estrella —esos proyectos que absorben toda tu energía—, otros que son simples glorietas —rutinas que sostienen el día a día— y momentos en los que solo necesitas pasear por el parque y saludar a la botarga del lugar. Pero si descuidas el mantenimiento de la montaña rusa —tu salud, tu paz—, todo se desmorona. Los visitantes (tu energía, tu creatividad) se van, y el parque queda vacío.
Si pudiera volver atrás, pelearía más ferozmente contra mis propias creencias tóxicas. Aprendería a decir "basta" antes de que el cuerpo lo diga por mí. Y aunque sé que volveré a equivocarme —porque somos cíclicos como las estaciones—, hoy celebro lo anticlimático: entregar una tesina sin fuegos artificiales, reconocer las caídas sin melodrama y reírme de la ironía de dar consejos que aún estoy aprendiendo a seguir.
Así que, si te embarcas en una aventura titánica:
Juega con tus prioridades como si fueran atracciones de un parque de diversiones y juegos mecánicos.
Recuerda que hasta los parques de diversiones cierran por mantenimiento.
Y si vas a correr maratones (literales o metafóricas), no olvides hidratarte.
Porque al final, lo único que queda es el viaje. Y qué aburrido sería si no nos permitiéramos ser humanos en él.
PD: Si alguien necesita un manual para reparar montañas rusas emocionales, avísenme. Estoy redactando el mío... entre descansos programados. ✨