Black Mirror S7. E01 "Common People": Cuando la vida se paga por suscripción
Confieso que le soy fiel a Black Mirror como a pocas cosas en esta vida. No porque acierte siempre, sino porque sus distopías son espejos sucios de nuestro presente. Y en "Common People" —el primer episodio de la temporada 7— ese reflejo duele más que nunca: habla de cómo la pobreza no es un estado, sino una situación de la que es imposible escapar.
La historia de Mike y Amanda podría ser la de cualquiera: él, soldador en una fábrica; ella, maestra de primaria. Hasta que un tumor cerebral sumerge a Amanda en un coma y la única opción de supervivencia es un servicio que conecta su cerebro a un servidor… con una cuota mensual. Mike se parte el lomo trabajando horas extras para pagarlo, pero el sistema tiene una crueldad añadida: la tecnología que mantiene "viva" a Amanda empieza a emitir anuncios comerciales a través de ella. Imagínenlo: tu esposa convertida en altavoz involuntario de jingles mientras su cuerpo se apaga.
Aquí es donde el episodio clava el cuchillo: la salud no es un derecho, sino un producto con suscripción. Y si no puedes pagar la versión premium (la que quita los anuncios, la que da dignidad), te hundes. Es la misma lógica que hace que en la vida real alguien posponga su quimioterapia para pagar el colegio de sus hijos. Como dice ese diálogo brutal de otra gran serie en Netflix, Atlanta: "I’m poor. And poor people don’t have time for investments because poor people are too busy trying not to be poor". No es falta de responsabilidad: es que hay un sistema que está diseñado para que la supervivencia consuma hasta el último centavo.
Y luego está Mike. Él es la respuesta a todos esos discursos de "productividad" y "resiliencia laboral". ¿Trabajar hasta colapsar? No es mérito: es desesperación. ¿Horas extras? No son ambición: es miedo a perder lo poco que tienes y todo lo que amas. Romantizar el esfuerzo extremo es ignorar que, para muchos, el "trabajar duro" no es una elección, sino una condena.
El episodio termina dejando una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto hemos normalizado que la vida tenga microtransacciones? Como esas apps que te ofrecen "ventajas básicas" por una tarifa, o los planes de internet que te limitan la velocidad a menos que pagues el doble. Black Mirror siempre fue bueno para exagerar futuros, pero ¿realmente lo hace aquí? Cuando la diferencia entre vivir y sobrevivir depende de cuánto pagas al mes… ¿no estamos ya ahí?
No les cuento el final, pero sí esto: cada vez que alguien habla de "mérito" o "emprendimiento", pienso en Mike soldando vigas hasta la madrugada. Pienso en Amanda repitiendo eslóganes de Coca-Cola mientras su mente se desintegra. Y luego recuerdo que las distopías no se combaten con individualismo, sino con coraje colectivo.
Al principio del episodio, cuando se muestra la pantalla negra de Black Mirror —agrietada, imperfecta—, pienso en algo que siempre me intrigó: una pantalla rota no es solo una advertencia, sino una prueba de que lo frágil sigue funcionando… hasta que decidimos repararlo. Esas grietas no están ahí para paralizarnos, sino para recordarnos que el colapso es evitable si atendemos las señales a tiempo.
¿Qué hacemos entonces? Podemos fingir que las fisuras no existen, claro. O podemos usar cada fractura como mapa: ¿Dónde falló el sistema para que Mike tuviera que venderse a sí mismo para salvar a Amanda? ¿Qué código ético se rompió antes que la pantalla? La pantalla aún funciona, sí, pero su fragilidad nos obliga a elegir: ¿seguiremos parchándola con soluciones temporales (microtransacciones, planes premium, endeudamiento vitalicio) o reprogramaremos el sistema para que nadie más tenga que vivir en "modo demo"?
Tal vez el verdadero mensaje no es que el futuro esté roto, sino que las grietas son el lugar exacto donde podemos empezar a reconstruir.