Confesiones de una "Apagafuegos" en recuperación
Recuerdo perfectamente el momento. Era una reunión general de la empresa, de esas donde todos nos juntábamos para "celebrar logros" y hacer networking forzado con café tibio y galletas genéricas. Mi nombre sonó por el altavoz, todos aplaudieron, y caminé al frente para recibir una pequeña lámpara decorativa que parpadeaba en rojo y azul, como las de una ambulancia.
El premio se llamaba "911 Responder".
En ese momento, sonreí, agradecí, y hasta me sentí un poco orgullosa. Después de todo, me estaban reconociendo por ser eficiente, por resolver problemas, por ser alguien en quien la empresa podía confiar cuando las cosas se ponían difíciles.
Lo que no sabía entonces es que ese reconocimiento iba a definir mi rol de una manera que después me costaría cambiar.
Durante años, fui esa persona. La que recibía correos con la palabra "URGENTE" en mayúsculas y los resolvía antes de que terminara el día. La que se quedaba hasta tarde cuando alguien más había calculado mal los tiempos. La que podía hacer magia con una presentación "que era para ayer" y entregarla impecable antes de la junta. Y sí, me premiaron por eso. Varias veces.
Pero nadie me dijo que cada vez que "salvaba el día", estaba estableciendo un precedente peligroso. Que cada fuego que apagaba, en realidad estaba alimentando una cultura organizacional disfuncional. Que mi eficiencia para resolver crisis se estaba convirtiendo en la excusa perfecta para que otros no planearan adecuadamente.
Esos premios simbólicos que mi empresa repartía cada mes (yo internamente los llamaba "macanazos" porque nunca los tomé en serio) en realidad enviaban mensajes muy claros. "El que más horas trabaja" normalizaba la mala gestión del tiempo. "El que lidia con clientes difíciles" premiaba aguantar situaciones tóxicas. "911 Responder" celebraba que alguien viviera en modo crisis constante.
Lo más irónico es que mientras yo recibía aplausos por resolver emergencias, nadie se preguntaba por qué había tantas emergencias que resolver.
Ser la persona "apagafuegos" viene con un precio que nadie te dice por adelantado. Tu tiempo deja de ser tuyo. Cualquier hora del día, cualquier día de la semana, podías ser "la solución" que alguien necesitaba. La disponibilidad constante se vuelve una expectativa no escrita.
Tu desarrollo profesional se estanca. Cuando pasas 70% de tu tiempo resolviendo emergencias de otros, solo te queda 30% para pensar estratégicamente, aprender cosas nuevas, o trabajar en proyectos que realmente te emocionen.
Tu salud mental paga la cuenta. El cortisol constante, la sensación de que siempre hay algo urgente esperando, la imposibilidad de desconectarte realmente. Tu cuerpo no está diseñado para vivir en modo supervivencia las 8 horas laborales, 5 días a la semana.
Te conviertes en la excusa de otros. "Total, si no llegamos a tiempo, Mónica lo resuelve." Tu eficiencia se convierte en el plan B automático de todo el equipo.
Fue mi amiga quien me dijo la frase que me cambió la perspectiva: "Cuando todo es prioridad, nada lo es." Al principio no la entendí completamente, pero con el tiempo comenzé a ver el patrón. Cada "urgencia" que resolvía era síntoma de algo más profundo: mala planeación, falta de procesos claros, expectativas poco realistas con clientes, o simplemente la comodidad de saber que había alguien dispuesta a resolver los problemas de último minuto.
Comencé a preguntarme: ¿Qué pasaría si yo no estuviera disponible para apagar ese fuego? ¿Se habría planeado diferente el proyecto? ¿Se habrían establecido expectativas más realistas desde el inicio?
La transición de "apagafuegos" a profesional estratégica no fue fácil. Requirió crear filtros claros: desarrollé una serie de preguntas que me ayudaran a distinguir entre urgencias reales y falta de planeación. ¿Es para un cliente nuevo o existente? ¿Quién será la audiencia final? ¿Cuándo se enteraron realmente de esta necesidad?
También tuve que aprender a comunicar el costo real. Comencé a explicar (con amabilidad pero firmeza) qué otras tareas tendría que posponer para atender cada "urgencia". La información ayuda a poner las cosas en perspectiva.
En lugar de solo decir "no puedo", comencé a ofrecer opciones. "No puedo entregarte esto hoy, pero puedo tenerlo listo el miércoles, o si es realmente urgente, podemos buscar a alguien más del equipo."
Invertí tiempo en enseñar a otros cómo planear mejor, cómo calcular tiempos realistas, cómo comunicarse con clientes sobre expectativas.
Hoy, años después, veo esa lámpara de emergencia guardada en alguna caja y siento una mezcla de nostalgia y alivio. Nostalgia por esa versión de mí que genuinamente quería ayudar, y alivio por haber aprendido que ayudar mejor no significa estar disponible para todo, todo el tiempo.
Estoy en paz con esa etapa de mi vida. Fueron años de aprendizaje, de entender dinámicas organizacionales, de desarrollar habilidades bajo presión. Pero también fueron años de estrés innecesario, de noches perdidas, de fines de semana sacrificados por problemas que se pudieron haber evitado con mejor planeación.
Si pudiera hablar con mi yo del pasado el día que recibí ese premio, le diría: "Está bien sentirte orgullosa por resolver problemas. Pero pregúntate también: ¿por qué hay tantos problemas que resolver? Tu eficiencia es valiosa, pero tu tiempo y tu bienestar lo son más. Aprende a distinguir entre ser útil y ser usada."
Si ahora mismo tienes un premio, reconocimiento o simple agradecimiento por ser la persona que "siempre resuelve todo", tómate un momento para reflexionar: ¿Este reconocimiento celebra tu capacidad estratégica o tu disponibilidad constante? ¿Estás resolviendo problemas o síntomas? ¿Tu eficiencia está mejorando los procesos o simplemente encubriendo su ausencia? ¿Qué está costándote personalmente esta reputación de "salvador"?
No se trata de dejar de ayudar o de volverse menos colaborativa. Se trata de ayudar de manera más inteligente, más estratégica, y más sostenible.
Tu tiempo es valioso. Tu energía es limitada. Tu bienestar no es negociable.
Y si alguien te está presionando para que vuelvas a ser esa persona que dice sí a todo, recuerda: los mejores profesionales no son los que nunca dicen no, son los que saben cuándo decir sí realmente importa.