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La trampa de ser indispensable

La trampa de ser indispensable

Debo confesar algo que me incomoda: mi reputación en el trabajo es... buena. Y escribir eso me genera el mismo tipo de incomodidad que siento cuando alguien se auto-evalúa de forma demasiado positiva. Preferiría que alguien más lo confirmara, pero los hechos están ahí: han convertido mi nombre en un verbo. Cuando algo necesita verse como esperan, dicen que hay que "mony-ficarlo". Quiero pensar, con toda la cautela del mundo, que eso es positivo.

Pero esta semana, una conversación me hizo cuestionar si ser "indispensable" es realmente la bendición que creemos que es. Y más importante aún, me hizo darme cuenta de algo que llevo tiempo pensando desde mi burbuja de privilegio: yo sé que no soy indispensable en el trabajo, porque la historia nos ha demostrado una y otra vez que todos somos reemplazables. Pero también creo, y aquí viene lo que tal vez suene rebelde o incluso anarquista de mi parte, que mi trabajo no debe ser indispensable para mí.

Un director que conozco renunció a su puesto por una oportunidad mejor en otra empresa. En papel, todo suena perfecto: mejor salario, mayor responsabilidad, crecimiento profesional. Sin embargo, estaba nervioso. Durante años había cultivado ese puesto como quien cuida un jardín. Había hecho networking hasta en los pasillos, se había convertido en el experto indiscutible de sus temas. A veces, con solo una conversación casual con clientes potenciales, conseguía oportunidades de negocio que otros necesitaban meses para generar. Su reputación en la organización era sólida, reconocida, incuestionable.

Y eso, precisamente, era lo que lo tenía aterrorizado. "¿Y si en el nuevo lugar no logro lo mismo? ¿Y si no soy tan bueno como creo? ¿Y si todo esto que he construido no se puede transferir?"

Aquí está la trampa que nadie nos dice: cuando construyes tanto valor en un lugar específico, cuando te conviertes en la experta, el conector, la "solución", paradójicamente puedes empezar a sentirte prisionera de tu propio éxito. Nos han vendido la idea de que ser indispensable es el objetivo. Que deberíamos aspirar a ser tan valiosos que la empresa no pueda funcionar sin nosotros. Pero ¿qué pasa cuando esa indispensabilidad se convierte en una cadena? ¿Cuando el miedo a perder esa reputación nos paraliza más que nos impulsa?

El director de mi historia había creado algo hermoso: una red de relaciones, un expertise reconocido, una reputación sólida. Pero en algún momento, esa creación empezó a definirlo en lugar de servirlo. Su identidad estaba tan entrelazada con su rol que no podía imaginar quién era sin él. Y ahí está el verdadero problema: había permitido que el trabajo se volviera indispensable para él.

Reconozco que puedo pensar esto desde una posición de privilegio. No todos tienen la libertad de ver el trabajo como algo prescindible. Pero creo que incluso desde esa realidad, vale la pena cuestionar la narrativa. Porque cuando el trabajo se vuelve indispensable para nuestra identidad, para nuestra autoestima, para nuestro sentido de propósito, entonces ya no estamos trabajando. Estamos siendo trabajados.

La verdad incómoda es que no empezamos de cero cuando cambiamos de trabajo. Nunca lo hacemos. Esas habilidades de networking que desarrolló el director, esa capacidad de generar oportunidades con conversaciones casuales, ese conocimiento profundo que lo convirtió en experto... todo eso no se queda en el edificio anterior. Se va con él. Sin embargo, nuestra mente nos juega una trampa. Confundimos la reputación externa con el valor interno. Pensamos que porque no nos conocen en el nuevo lugar, no valemos lo mismo. Como si nuestras habilidades fueran dependientes del contexto en lugar de portátiles. Es como pensar que porque cambias de casa, ya no sabes cocinar.

Tal vez el problema no es ser indispensable, sino cómo definimos la indispensabilidad. ¿Eres indispensable porque sin ti las cosas no funcionan, o porque con tu presencia las cosas funcionan mejor? ¿Tu valor está en ser el único que puede hacer algo, o en ser alguien que mejora todo lo que toca? La primera te ata. La segunda te libera.

Pero más allá de cómo nos ven en el trabajo, está la pregunta más importante: ¿qué tan indispensable es el trabajo para ti? Y no hablo solo de dinero, aunque eso también cuenta. Hablo de identidad, de propósito, de autoestima, de estructura diaria. Cuando el trabajo se vuelve la única fuente de estas cosas, nos convertimos en rehenes de nuestros propios empleos.

El verdadero éxito, creo, no debería convertirte en un rehén de tu propio valor. Debería darte la confianza de saber que puedes crear valor en cualquier lugar donde decidas plantarte, pero también la libertad de saber que tu valor como persona no depende de ese lugar específico. La indispensabilidad real no es ser la única pieza sin la cual todo se desmorona. Es ser la pieza que fortalece a todas las demás, pero que también puede funcionar perfectamente bien por sí sola.

El director finalmente tomó la decisión. Se fue. Y adivina qué: tanto él como su antigua empresa están bien. Él está aplicando todo lo que aprendió en un contexto nuevo, y su antigua empresa continúa funcionando porque él no solo hizo el trabajo, sino que construyó sistemas y desarrolló personas. Había logrado algo mejor que ser indispensable: había creado valor sin volverse dependiente de él.

Y eso, a diferencia de una reputación arraigada, sí se puede llevar a cualquier lugar. Porque cuando tu trabajo no es indispensable para ti, paradójicamente, te vuelves imparable.


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