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No era una Startup, era una secta - Primera Parte

No era una Startup, era una secta - Primera Parte

PARTE 1 de 2

Advertencia: Esta historia está diseñada para entretener y hacer reflexionar. Si es ficción o realidad... esa decisión te corresponde a ti. Pero las prácticas que describe existen en algún lugar, en alguna empresa, ahora mismo

Día 1

Mi primer día comenzó con un abrazo no solicitado. "¡Bienvenida a la familia!" gritaron todos al unísono, con sonrisas demasiado amplias, demasiado perfectas. Todos vestían exactamente igual: camisas polo blancas con el logo de la empresa bordado en el pecho, pantalones de mezclilla oscuros, zapatillas del mismo tono.

"Tendrás que ordenar los tuyos", me dijeron, entregándome un catálogo como si fuera un libro sagrado. "Cinco conjuntos completos. El costo saldrá de tu primer cheque. Es un pequeño precio por pertenecer a algo más grande que tú mismo."

Más grande que yo misma. Es un trabajo de oficina, no le estamos salvando la vida a nadie, pensé. Pero necesitaba el trabajo, así que sonreí. Siempre sonreímos cuando necesitamos el trabajo, ¿verdad? Esa es la trampa.

La orientación fue... extraña. Nos sentaron en círculo, porque aparentemente los círculos son menos amenazantes que las filas, según algún libro de management que alguien leyó en un aeropuerto. El "líder de cultura" (sí, ese era su título real) nos guió en un ejercicio de "vulnerabilidad compartida". Uno por uno, revelamos nuestros mayores miedos ante completos extraños que ahora serían nuestros "compañeros de familia".

La persona a mi izquierda confesó que le tenía miedo a decepcionar a sus padres. La de mi derecha, a morir sola. Yo dije que le tenía miedo a las arañas porque no iba a darles material gratis el primer día. Todos me miraron con decepción, como si hubiera arruinado una la vibra. Tal vez lo hice.

"Es para generar confianza", explicó el líder de cultura con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Lo que realmente estaban haciendo era archivar nuestras debilidades para usarlas después. Como un hacker emocional recopilando contraseñas.

Después vino el lema corporativo. Sí, un lema que debíamos recitar. Repetimos los "valores de la empresa" con las manos entrelazadas, manos sudorosas de gente que acababa de conocer, mirando la cara del CEO cuya fotografía gigante dominaba la sala. Sus ojos te seguían sin importar dónde te pararas. Creepy, pero efectivo.

Todos vestidos igual, todos hablando al unísono, todos sonriendo. Era como en la película de Midsommar, pero con WiFi, snacks, bean bags y máquinas de café. Una oficina moderna con paredes de vidrio y plantas de plástico en cada esquina, porque hasta las plantas reales eran demasiado impredecibles para este lugar. La luz siempre perfecta, las flores de plástico siempre impecables, y todos siempre sonreían. Especialmente cuando algo estaba mal.

Semana 3

Cada mañana a las 8:00 AM en punto, el equipo se reunía para el "círculo de energía". Se coreaban afirmaciones como si estuviéramos en un show de de los 90s con Don Francisco. "¡Somos los mejores!" (debatible) "¡Nada nos detiene!" (excepto el café quemado) "¡La empresa es nuestra vida!" (eso es literalmente una admisión de que no tenemos vida).

El uniforme hacía imposible distinguir quién era quién desde lejos. Éramos una masa uniforme de entusiasmo corporativo, como un ejército de NPCs ( "Non-Player Character" o "Personaje No Jugable") en un videojuego mal programado.

Había un vocabulario especial, por supuesto. No teníamos "problemas", oh no, esa palabra estaba prohibida, teníamos "oportunidades de crecimiento". No estábamos "sobrecargados de trabajo", estábamos "demostrando compromiso". No nos estaban "explotando", estábamos "siendo desafiados a alcanzar nuestro máximo potencial".

Era como 1984, pero con snacks saludables en la cocina.

Criticar a la empresa era "energía negativa", como si las palabras mismas fueran tóxicas. Establecer límites era "no ser un jugador de equipo". Y querer un balance entre vida y trabajo era... bueno, eso era básicamente un delito.

Lentamente, sin darme cuenta, comencé a hablar igual. A pensar igual. A vestirme igual. Me estaba convirtiendo en uno de ellos, como en La Invasión de los Ladrones de Cuerpos, pero con mejores beneficios, prestaciones y una tarjeta de despensa.

Mes 2

Los fines de semana "voluntarios" no eran voluntarios. Esa es una de esas ironías corporativas que deberían estar en exhibición de un museo junto con "trabajamos como familia" y "el pizza party es suficiente compensación".

Las actividades de team building se volvieron obligatorias, aunque nunca lo dijeron explícitamente. Quienes no asistían misteriosamente dejaban de ser considerados para promociones. "Sara no pudo unirse a nosotros este fin de semana... supongo que tiene otras prioridades", decían con el mismo tono que un padre decepcionado usa cuando descubre que fumaste en la secundaria.

En esos retiros, siempre en lugares aislados pero hermosos, como en las películas de horror donde la gente muere, el sentimiento de culto se intensificaba. Todos en uniformes idénticos, participando en ejercicios de "confianza" cada vez más bizarros.

Una vez nos hicieron pararnos en círculo alrededor de una fogata mientras cada persona compartía "qué estaban dispuestos a sacrificar por el equipo". Las respuestas esperadas: "mi tiempo libre", "mis vacaciones". Quien ofrecía menos era señalado, gentilmente pero evidentemente, como alguien que aún no había "encontrado su lugar en la familia".

Yo dije "mi colección de memes de ilustraciones medievales". Nadie se rió. Debí haber dicho algo sobre mi vida social.

Mes 4

Las herramientas de "productividad" rastreaban cada click, cada momento de inactividad. Era como tener un Big Brother, pero en lugar de solo vigilarte, también te enviaba correos pasivo-agresivos.

Los gerentes te preguntaban por qué estuviste "inactivo" durante 7 minutos a las 2:43 PM. "Estaba en el baño", querías decir. Pero lo que decías era: "Disculpa, estaba reflexionando sobre cómo ser más productivo".

Teníamos un canal de Slack llamado #gratitud donde debías publicar diariamente algo por lo que estabas agradecido con respecto a la empresa. Si no lo hacías, llegaba el mensaje: "¿Todo bien? Notamos que no has expresado gratitud hoy." Como si la gratitud fuera una métrica medible. Spoiler alert: ahora lo es.

Las encuestas de "cultura" eran anónimas, decían. Mentira. Cuando criticabas algo, tu manager de alguna manera siempre sabía quién había escrito qué. Te llamaban para "entender mejor tu perspectiva", que era código para "vamos a hacerte sentir culpable por 45 minutos".

Mes 6

Cada día me parecía más a ellos y menos a mí misma. Mi personalidad se estaba diluyendo como un café aguado.

"Trabajamos duro y jugamos duro", era el mantra. Traducción: esperamos 70 horas semanales, pero mira, tenemos una mesa de ping-pong que nadie tiene tiempo de usar y cerveza gratis los viernes que bebes solo para olvidar que es viernes y sigues en la oficina.

Las historias de "héroes" de la empresa eran aterradoras cuando las analizabas. Celebraban a la mujer que trabajó desde el hospital mientras daba a luz y al hombre que canceló su luna de miel por un proyecto que probablemente nadie recuerda ya.

Estos no eran héroes. Eran víctimas. Sacrificios humanos en el altar de la productividad, con PowerPoints en lugar de cuchillos ceremoniales.

En las paredes había fotos enmarcadas de estos "héroes", sonriendo en sus uniformes, sosteniendo placas de reconocimiento. Sus ojos lucían cansados, vacíos por dentro. Pero sus sonrisas eran amplias. Siempre amplias. Miré esas fotos enmarcadas un día más largo de lo usual. El edificio estaba casi vacío, eran las 9 PM de un viernes, pero yo seguía ahí, por supuesto.

Me acerqué más. Estudié sus rostros uno por uno. La mujer del hospital. El hombre de la luna de miel cancelada. Todos sonriendo. Todos orgullosos de sus placas.

Y entonces, lo vi.

Mi reflejo en el vidrio del marco.

Uniforme impecable. Logo bordado perfectamente centrado. Postura correcta. Sonrisa vacía.

¿En qué me había convertido?

Sentí algo frío recorrer mi espalda. No era el aire acondicionado. Era el reconocimiento. El tipo de reconocimiento que llega demasiado tarde, cuando ya has cruzado la línea y ni siquiera te diste cuenta de que había una línea que cruzar.

Había una nueva foto siendo preparada para el muro. Alcancé a ver el nombre en la placa sin colgar todavía.

Era mi nombre.

[Continúa leyendo la Parte 2 la próxima semana]

La segunda parte de esta historia se publicará para conmemorar el Halloween. Porque el verdadero horror merece su propia fecha.

Mientras tanto... revisa tu reflejo. ¿Todavía te reconoces?


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Lectura recomendada: Estupor y temblores

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