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Cuando irse se convierte en la decisión más valiente

Cuando irse se convierte en la decisión más valiente

Últimamente he tenido conversaciones que me han removido algo por dentro. Conversaciones con personas extraordinarias cuyos obstáculos jamás había considerado, cuyos dilemas me han hecho reflexionar sobre qué significa realmente el valor en el mundo profesional de hoy.

Han sido historias de decisiones difíciles. Muy difíciles. Personas que han tenido que tomar la determinación de dejar trabajos bien pagados, legítimos y respetables en papel, pero que en la realidad eran retadores por las razones equivocadas, desesperanzadores, llenos de incertidumbre. Trabajos donde sus líderes habían sido manipuladores, donde no había claridad para resolver dudas básicas, donde no se sabían delimitar los límites del servicio, o donde simplemente tenían que pasar órdenes de personas que no quisieron darlas en persona.

Tuvieron que dejar estos trabajos que se veían bien en papel y pagaban bien para alcanzar su estabilidad, paz emocional y mental.

¿Qué enorme sacrificio, no?

Uno de los testimonios que más me impactó fue el de un Magistrado con una carrera admirable, con la puerta siempre abierta para atender las necesidades de su equipo, que tomó la decisión de jubilarse de forma anticipada. Su razón: nuestro sistema judicial en México ya no representa lo que inicialmente pretendía representar: la impartición de una justicia imparcial.

La reforma judicial aprobada en septiembre de 2024 introdujo cambios significativos como la elección popular de magistrados, pero más allá de los aspectos técnicos, expertos han señalado que la reforma representa una seria amenaza para la independencia judicial y suscita preocupaciones sobre la politización de la justicia. Para este Magistrado, ver cómo se comprometía la independencia del poder que había servido con dedicación durante décadas fue suficiente para tomar una decisión que pocos entenderían: dejar atrás una carrera consolidada por una decepción profunda del sistema.

¿Te imaginas dedicar tu vida profesional a algo en lo que creías profundamente, solo para ver cómo se transforma en algo que ya no reconoces ni respetas?

Pero no solo he escuchado estas historias en el ámbito profesional consolidado. También las he visto en estudiantes universitarios. Estudiantes de alto rendimiento que, si bien no están dejando la escuela, están "renunciando" por así decirlo al compromiso extra que tenían con su carrera. Han dejado de organizar eventos para la universidad, de participar en actividades de integración y aprendizaje.

¿Por qué? Porque no se les está escuchando cuando piden algún ajuste en las entregas para poder tener más tiempo. Las fechas son abruptas, muchos de ellos trabajan, y cuando solicitan consideración, se encuentran con oídos sordos.

Su "renuncia silenciosa" a las actividades extra no es pereza. Es autoprotección.

Lo he mencionado antes: hay gente allá afuera que señala al "quiet quitting" o la "renuncia silenciosa" como si fuera algo malo, como si fuera una generación perezosa que no quiere esforzarse.

Pero la realidad es simple: cuando el suelo está envenenado, ni las semillas más fuertes pueden crecer.

No es que las personas no quieran dar lo mejor de sí. Es que han aprendido a no darse completamente a sistemas que no las valoran, que no las escuchan, que las agotan sin reconocimiento ni reciprocidad.

Cuando alguien decide ya no quedarse hasta tarde sin pago extra, no organizar el evento de la empresa sin reconocimiento, no contestar correos fuera del horario laboral, no está siendo flojo. Está siendo inteligente.

Está aplicando, conscientemente o no, mi mantra de nunca dar el cien a lugares que no merecen ni cuidan ese cien.

Porque aquí está la cosa, y hay que decirlo claramente: tener un trabajo es un privilegio. Pero es un privilegio con letra pequeña, como esos contratos que nadie lee completos. El disclaimer dice algo así: "Este privilegio no incluye la obligación de sacrificar tu salud mental, tu tiempo personal, tu dignidad o tus valores fundamentales."

Un trabajo que paga bien pero te destroza por dentro no es un buen trabajo. Una carrera que te da estatus pero te quita la paz no es una buena carrera. Un sistema que te da reconocimiento externo pero te hace perder la fe en lo que haces no es un buen sistema. Y punto.

Estas conversaciones me han confirmado algo: a veces la decisión más valiente no es quedarse y "luchar". A veces la decisión más valiente es irse. Es decir no. Es poner límites. Es elegir tu salud mental por encima de lo que se ve bien en el currículum.

Y está bien reconocerlo. Está bien irse. Está bien renunciar a lo que no te sirve, aunque otros no lo entiendan.

Estas no son historias de fracaso. Son historias de personas que se atrevieron a cuestionar lo que se supone que deberíamos valorar. Que se atrevieron a decir: "Esto no está funcionando para mí, y no voy a seguir fingiendo que sí."

Es una rebelión silenciosa contra la idea de que tenemos que dar nuestro cien por ciento a cualquier cosa que nos pague, nos dé estatus o se vea bien desde afuera.

Es una rebelión hacia la construcción de vidas más auténticas, más equilibradas, más nuestras.

Y yo creo que es exactamente la rebelión que necesitamos.


¡Te invito a mi próxima charla!

El 14 de agosto a las 16:00 hrs, participaré en el ciclo de charlas de Work Café Santander.

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